Por Natalie Harker
“Frente a las enfermedades que genera la miseria, Frente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como causas de enfermedad, son pobres causas.”
Dr. Ramón Carrillo.
(Argentina, 1906 – 1956)
Basado en la entrevista al doctor en medicina Francisco Maglio, Presidente de la Sociedad Argentina de Medicina Antropológica.
Nuestra llegada al mundo, aquel evento inexplicable de la concepción. Ese segundo en el que la vida sale a la luz para mostrarnos, de forma casi mágica, el valor de nuestra esencia no física. Sin embargo, entre anestesias y frías herramientas neonatales, paradójicamente este momento también es el más claro presagio de una existencia condenada a la artificialidad de nuestra salud y nuestro bienestar.
Hemos construido una idea de salud basada en determinados valores biológicos, pero nuestro bienestar no puede desligarse de factores contextuales y sociales. La cura a nuestros males no se reduce a un medicamento o al mero tratamiento de nuestro cuerpo físico, pues somos la suma de muchas dimensiones que forman parte de una que es construcción de todos. Pero, ¿por qué nuestra historia reciente pretende mostrarnos lo contrario?
Aunque es impreciso determinar el camino de las percepciones en torno a la idea de salud, enfermedad y medicina, la historia afirma a Hipócrates, médico de la antigua Grecia (siglo V a. C.), como el padre de esta ciencia, pues es de quien se encontraron los primeros tratados y documentos médicos de los que se tenga registro.
Su importancia se debe, entre otras cosas, al aporte del diagnóstico generalizado a la medicina, en el que las enfermedades son vistas como un conjunto de síntomas, y la medicina a su vez como un ejercicio más especializado. Y aunque fue uno de los primeros que registró este interés por la medicina científica, sus historias clínicas reportadas son todo un análisis holístico de la persona, en el que se contempla mucho más que síntomas físicos.
Esta práctica siguió entonces un camino humanista, y continuaría de esta forma hasta el siglo VXIII, cuando comenzó el predominio de un modelo anatomopatológico. El Dr. Francisco Maglio, Presidente de la Sociedad Argentina de Medicina Antropológica, explica que desde entonces la enfermedad empieza a ser vista como un conjunto de síntomas a tratar con medicación, hasta llegar a ser reducida a los valores numéricos de nuestros días.
Y es así como aceptamos la medicación como parte natural de nuestra existencia, sin mayor cuestionamiento. Permitimos que la medicina esté presente en cada momento de nuestras vidas, y nos anestesiamos con medicamentos que se nos han vendido como indispensables, sin que sea el dinero nuestra mayor pérdida. Parece que optamos por vivir adormecidos para evitar aquel ambiente social de constante miedo y frustración, que nos lleva a renunciar a nuestra salud y a buscarla en donde no está.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define salud como “el estado completo de bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de enfermedades”. Sin embargo, el tinte romántico de esta idea encuentra en sí misma su principal obstáculo: es imposible vivir un absoluto y constante bienestar. Bajo esta idea, salud y enfermedad son enfrentadas en una guerra en la que la enfermedad se convierte en el enemigo a atacar, en ese extraño al que hay que temer, en algo ajeno que amenaza nuestro bienestar.
Por esto somos dependientes de aquella anhelada cura, pues todo lo que sale de esta utópica definición, pasa a ser asunto de una medicina que de esta forma asegura su influencia en nuestro día a día. “Este es un planteamiento estratégico, funcional a un sistema social normativizante, en el que se decide lo que queremos; disciplinante, en el que se decide lo que hacemos; y estigmatizante, al hacernos culpables de nuestra enfermedad. Es decir, un eficaz método de control”, afirma el Dr. Maglio.
Pero más allá de un medicamento, la salud pertenece a lo social, atraviesa lo ideológico, lo político, lo histórico, lo cultural y lo económico de la persona. Sin embargo hoy, desde lo político y en servicio a lo económico, la salud y la enfermedad se deconstruyen socialmente; la sociedad y sus representantes se liberan de su función en la construcción de una salud colectiva e inmaterial, para dejar a los genes toda la responsabilidad.
Según el Dr. Maglio, solo un 0,8% de los casos de enfermedades son de comprobado origen genético, pues en su mayoría, los problemas de salud están determinados por la suma de situaciones particulares de cada persona. Ya decía Ramón Carrillo, reconocido doctor y pensador argentino de principios del siglo XX: ver biografía “La salud no es un fin en sí mismo, es una condición para una vida plena, y no se puede vivir plenamente si el trabajo es una carga y la casa es una cueva”.
Esta relación directa entre el bienestar de la persona y su forma de habitar el mundo es evidente por donde se quiera mirar. Esta el caso de la sojización (como se le conoce a los cultivos industriales de soja en la pampa argentina), que hoy afecta a la Argentina con consecuencias que van desde la enfermedad y muerte de las poblaciones aledañas por el uso de agroquímicos, hasta el traslado de plagas que habitan los bosques talados a las ciudades. Estos cultivos extensivos han arrasado con casi el 70% del bosque nativo en la región.
O por ejemplo, el regreso de las conocidas enfermedades sociales a Buenos Aires, que según estadísticas epidemiológicas, crecen constantemente debido al gran aumento de la población periférica conocida popularmente como villera en Capital Federal, en donde hay más de tres millones de personas que carecen de recursos básicos y la población bajo la línea de pobreza ha aumentado en un 150% en los últimos 10 años.
Nos enfermamos del cuerpo, de la mente y del espíritu, o como se le conciba, por nuestro alimento físico y lo que frustra o alimenta nuestro cuerpo espiritual. En acuerdo con el Dr. Maglio esta es la única forma de darnos cuenta que nos han mentido y nos han sacado la esperanza, que nuestro bienestar está en todo lo que somos y que nos es mortal un voraz cáncer tanto como la esperanza frustrada de vivir en una sociedad corrupta que amenaza nuestro bienestar.
Por esto se hacen cada vez más evidentes las intenciones sociales de retomar una medicina integral, o como se le conoce en algunas partes, alternativa, que más que ser otro camino es un complemento. Una idea personal de salud que implica conocimiento propio y capacidad de sanación. Como lo afirma desde la Asociación de Medicina Homeopática Argentina, la Dra. Nilda Grzesco, “se busca individualizar a la persona para una solución única acertada, en donde el tratamiento está encaminado a actuar en concordancia a la dolencia subjetiva del paciente. Aquí, más que un bien-estar se busca un bien-ser”.
Y es que somos unidad y parte; todo lo que nos sucede está relacionado con la conciencia plena de todas nuestras dimensiones, y su carácter social, en donde aquella materialización de nuestra salud se desvanece para dejarnos ver que es indivisible el bienestar de nuestro cuerpo del bienestar de nuestra emoción. No habrá salud posible si habitamos un entorno que carece de salud.