Por: Natalie Harker
La naturaleza provee al hombre lo necesario para vivir a plenitud. No solo como alimento para el cuerpo, la propia tierra y todo lo que de ella viene también nutre y alimenta el alma. Hoy, no es menor reivindicar el rol de puente que muchas plantas juegan entre el hombre y lo divino. Una relación sagrada que ha llevado a la humanidad a verdaderas expansiones de la mente y a la vivencia plena de estados alterados de conciencia.
Ilustración: Luis de Melba
Las plantas psicodélicas y psicoactivas han estado en diálogo directo con la cosmovisión y la realidad cultural de los pueblos desde tiempos remotos. En brebajes o cigarros, infusiones o cocciones, cada pueblo encontró su fruto sagrado para así integrarlo al desarrollo del individuo y la comunidad. Sin embargo, en nuestras sociedades, el estimulo de la mente y el uso de estás sustancias naturales es criminalizado. Su principal víctima: La marihuana.
Originaria de Asia y expandida por todo el planeta por sus múltiples usos (medicinales, textiles, culinariosy místicos) la marihuana es actualmente una planta sentenciada. Su uso como vehículo para un viaje a través de la conciencia ha pasado a leerse como una experiencia dañina para quien la consume y su entorno social. El desconocimiento de la naturaleza y su relación directa con el hombre, han limitado el uso sanador de este y otros eteógenos (como se le denomina a las sustancias vegetales psicotrópicas y sus preparaciones). No por nada, la marihuana en experiencias chamánicas y, dependiendo de la cultura y el lugar, los diferentes frutos estimulantes como el peyote, los hongos, el ayahuasca, el san pedro, y más, fueron adornados de un carácter sagrado y divino convirtiendose en herramientas de poder propio. Y como en todo poder, su mal uso es contraproducente y por esto, el desconocimiento de sus efectos y consecuencias pareciera ser el propio juez de su consumo.
Un consumo conciente delinea el rol de estas sustancias en una sociedad. Un consumo que a su vez determina la configuración de valores de la misma, y la visión colectiva de lo divino y lo humano. No es casual que en occidente el más reciente auge de la marihuana se halla dado para los años 60, de la mano de una re-estructuración de los valores culturales y un acercamiento al ejercicio de la espiritualidad en una sociedad predominantemente secular.
En su uso místico, en religiones como el hinduismo, la marihuana se podría equiparar al vino sacramental del catolicismo en occidente, el cual también estimula y genera este tipo de estados. Su rol divino se debe a su capacidad de conectora con la tierra, en donde según estas tradiciones un solo contacto con su sustancia activa (thc) cambiaría la percepción de quien la consumiera.
Estos atributos de la marihuana, entre otras plantas, han sido hoy rechazados por el mismo motivo que las hace virtuosas. El cambio en la percepción y la expansión de la conciencia son liberaciones de la mente impensables en nuestras culturas. Liberarse y apagar la razón parece representar un peligro en nuestros tiempos. Hoy ya incluso esta hierba ha perdido su condición de planta, al ser vista como una droga.
El poder de estas sustancias no es mayor que la propia fuerza de nuestra reflexión, pero son herramientas, con su instructivo de uso propio para que el bienestar fluya correctamente. La propia naturaleza es el portal, nos ofrece la llave de una puerta, para que nuestra cultura realice los cambios que, desde la percepción propia, generan modificaciones en la sociedad.
Una revelación, una verdad o un estado de plena libertad, el consumo y exploración de diferentes plantas para el alimento de la mente es una herramienta de bienestar y sanación, para expandir la conciencia y digerir un proceso de crecimiento propio y natural. Un proceso que al implicar libertad se estigmatiza, se prohíbe y hasta se castiga.