Por Felipe Rodríguez Arancibia (Psicólogo, Educador y Gestor Ambiental)
El consumo es considerado hoy la principal actividad del mundo moderno y engloba todas las esferas de la vida. Muchas veces comienza como un deseo personal, en la esfera individual o social. Sin embargo, es una decisión que tiene consecuencias en la economía y últimamente, cada vez más en el aspecto ambiental y en la salud. De esta manera, el consumo es un proceso que hace parte de la vida social y es una función imprescindible de la vida biológica, que se da en toda la historia y en toda época. El consumo trae consigo vínculos y relaciones humanas (PUJADAS et al., 2009).
Actualmente, se considera que los estilos de vida son muy fluidos, las personas cambian de una situación para otra fácilmente, en parte porque la cultura híper-moderna es desordenada. Se sugiere, inclusive, que una persona puede tener más de un estilo. Así, no es fácil establecer, metodológicamente, cuál tendencia teórica está ocurriendo: si masificación, si individualización, si neo-tribus, o creación de identidades locales, porque la misma evidencia puede ser usada para explicar más de una posición (BAUMAN, 2007).
El sociólogo Bauman (2007), afirma que la lucha por la singularidad ahora se tornó el principal motor de la producción y del consumo de masa. Una economía de consumo también es una economía de objetos de envejecimiento rápido, obsolescencia casi instantánea y veloz intercambio. El mercado no sobreviviría si los consumidores se apegasen a las cosas. No se puede tolerar clientes comprometidos y leales o que solo se mantengan en una trayectoria consistente. El mercado sufriría un golpe mortal si el status de los individuos pareciese seguro, si sus realizaciones y propiedades fuesen garantizadas, si sus proyectos se tornasen finitos, y si el fin de sus esfuerzos por una ascensión social fuese plausible.
En ese contexto de crecimiento y aceleración de la vida urbana actual y la lucha constante del mercado para posicionar productos entre los consumidores, en la búsqueda por sobrevivir en esta rueda constante de obsolescencia programada, los alimentos son los productos de consumo que más han aumentado y diversificado su oferta. Los alimentos están cada vez más industrializados y “novedosos”, atrayendo una masa de personas deseosas de consumir y probar lo “último” que está de moda y que acaba de salir al mercado. Pero ¿Cómo son hechas las elecciones de productos alimenticios?, ¿Cómo estas reflejan la cultura, la sociedad y las preferencias individuales? Los medios de comunicación juegan un papel importante cuando se pretende dar respuesta a las preguntas levantadas. Por ejemplo, cada vez más los medios de comunicación, vienen explotando el tema de la salud asociándola al tipo de alimento ingerido. Hoy, salud y placer se tornaron los principales aspectos de atención de la población en el momento de escoger que comer. En este sentido, los medios de comunicación se transformaron en una referencia en lo relacionado al consumo.
Por otro lado, el miedo de enfermedades causados por una mala alimentación generando una ansiedad en los consumidores para buscar opciones más saludables. La demanda por productos orgánicos ha aumentado justamente por el interés de minimizar tales riesgos. Junto con esto, parece haber una preocupación con el impacto ambiental de la producción de alimentos de manera industrial, con la necesidad de estimular las economías locales y con la cadena productiva de los productos.
A partir de aquí, parece haber una tendencia creciente, por parte de diversos colectivos o personas alrededor del mundo de ir más allá y en lo relacionado a su consumo alimentar y no son pocos los que hoy están desarrollando cultivos caseros en sus diversas formas y tamaños. De esta manera no solo se cuida el origen de lo que se consume (con todo lo que ello implica), sino que además, existe de por medio, todo un proceso de concientización acerca de nuestra forma de consumir. Por otro lado cultivar huertos para autoconsumo puede convertirse en una fuente de producción de alimentos sanos a tener muy en cuenta, y a ser un ahorro en el carrito de compras. Si a eso le añadimos factores psicológicos (recuperación de autoestima, motivación, sensación de estar arropado en un grupo, etc), comenzamos a entender el por qué esta actividad está adquiriendo tanto auge.
Finalmente, parece que se está en presencia (y participando) de un quiebre de paradigma o un proceso de transición hacia una nueva manera de ver el consumo, en particularmente el consumo alimentar. ¿Hasta dónde llegará todo esto?, es difícil de dilucidar la respuesta a esta pregunta, pero todo apunta a que estas nuevas tendencias o micro-revoluciones han llegado para quedarse, como un paso a una vida más sustentable y amigable con el medio ambiente y con nosotros mismos.
Referencias:
BAUMAN, Zygmunt. Vida líquida. Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 2007.
PUJADAS, C. et al. Consumo Sostenible ante la Crisis Global. Revista de Ciencia Política, Buenos Aires, n. 8, 2009.