Desde el punto de vista antropológico, la comida posee una dimensión simbólica en los humanos. La congregación alrededor del alimento como acto social es producto de las culturas originarias que basadas en factores geográficos, climáticos o sociales determinan sus modos de alimentación. La repetición de estas costumbres como parte del aprendizaje hace que estas se reproduzcan generando identidad.
En la actualidad la supresión de formas tradicionales de producción y alimentación es lo que la sociedad reproduce. Instalando una dieta homogeneizada por los monopolios de comercialización de alimentos (como Carrefour o Wal-mart), que se basa en los productos determinados por la industria. Para no ser cuestionada, esta esclavitud alimenticia se vale del sistema de valores nutricionales aprendidos para mantenerse.
La supresión del conocimiento de la tierra y la naturaleza para generar nuestra propia comida ha dado lugar a sociedades dependientes en donde la alimentación es determinada por la industria y el mercado. Este es el orden establecido, que se solidifica como único y cierto en el imaginario colectivo.
La independencia de decidir cómo y con qué alimentarnos se desarrolla dentro de un sistema jerárquico que suprime la autonomía y en el cual, como en casi todo, la libertad se genera como sensación, en medio de una total dependencia. Se es tan esclavo cuando nuestra libertad obedece a decisiones ajenas. Creer ejercer la libertad no es necesariamente hacer práctica de ella.